Padre Percival Cowley: “La jerarquía de la Iglesia eligió defender la institución a toda costa”
En entrevista con La Tercera, el excapellán de La Moneda -cuyo testimonio fue clave para que la justicia ordenara a la Iglesia la indemnización de las víctimas del sacerdote Fernando Karadima- señala que la sentencia de la Corte de Apelaciones marca una nueva etapa. “La institución, no cabe duda, es necesaria e importante, pero no es primera, es segunda. La institución es para la persona”, afirma.
“Usted está destruyendo a la Iglesia”. El excapellán de La Moneda Percival Cowley no olvida la frase del excardenal Ricardo Ezzati. Se la dijo por teléfono luego de conocer algunas de sus declaraciones en las que pedía la salida de cuatro obispos provenientes de El Bosque, la parroquia dirigida por Fernando Karadima.
Cowley, que fue uno de los primeros sacerdotes en conocer el testimonio de James Hamilton y quien le comunicó las acusaciones a Ezzati -en ese momento obispo auxiliar de Santiago-, recuerda que por esos años a quienes confiaron en los dichos de las víctimas no les creyeron, los insultaron y los maltrataron. “Yo creo que, en parte, mis males actuales vienen de ahí. Y mi infarto al cerebelo, que me tiene bastante inutilizado, también”, señala.
Esta semana, la Corte de Apelaciones condenó a la Iglesia a indemnizar a las víctimas de Karadima con $ 100 millones a cada una, ¿qué le parece a usted el fallo?
Estoy muy contento, no solamente del fallo de la corte, sino que de las reacciones del Arzobispado de Santiago y del administrador apostólico mismo, y también, muy contento por los que yo llamo los tres mosqueteros: (James) Hamilton, (Juan Carlos) Cruz y (José Andrés) Murillo. Este fallo tiene un significado simbólico, una actitud nueva de parte del arzobispado mismo, porque marca el paso importante que se está dando en un proceso que camina hacia restablecer la justicia y la confianza. Don Celestino (Aós) dice: “Esta Iglesia, queremos limpiarla”. Porque yo creo que la crisis profunda que se ha producido tiene una causa: entre los que han elegido defender a cualquier precio la institución y los que han elegido a cualquier precio la persona, la persona humana en su dignidad. La tarea de la Iglesia va en la línea de defender la dignidad de cada persona. En ese sentido, don Celestino está siendo clarísimo: lo primero es la persona, su dignidad. La institución, no cabe duda, es necesaria e importante, pero no es primera, es segunda. La institución es para la persona.
¿Usted cree que existió encubrimiento en la Iglesia Católica?
No, no creo que haya habido intención de eso, porque sería pensar en una especie de mafia, yo creo que hay mafias católicas, pero no creo yo que ni el cardenal (Francisco Javier) Errázuriz, ni el cardenal Ezzati sean personas que se metan en mafias. Yo creo que lo que hubo fue una defensa de la institución a todo precio. La jerarquía de la Iglesia eligió defender la institución a toda costa.
¿Aun pasando por alto las víctimas?
Sí. La atención a las víctimas fue bastante secundaria. Y no solamente a las víctimas, sino que también a los que estaban en el entorno de las víctimas. A mí el cardenal Errázuriz me trató de mentiroso y hace unos años me pidió perdón por escrito.
El excardenal Errázuriz declara por estos días como imputado, pero él ha asegurado que no hay encubrimiento, ¿le cree?
No creo que haya habido ningún encubrimiento intencional, que haya resultado ser en un encubrimiento es otra cosa. El cuidado de la institución puede significar hasta, yo no digo que haya habido, encubrimiento.
El Papa Francisco en la carta que escribió “al pueblo de Dios que peregrina en Chile” señaló que aquí había una cultura del encubrimiento…
Hay interpretaciones de lo que es encubrimiento, para ser bien sincero no he logrado entenderlo del todo. Creo que ha habido cosas que se han encaminado por ese lado y van en la línea de la defensa de la institución. Creo que es muy complicado manejar información cuando uno queda amarrado por el secreto de la confesión y, también, por el secreto profesional. Los abogados conocen muchas cosas, los médicos igual, y ellos no pueden soltar esa información. A nosotros nos pasa lo mismo.
En el fallo, sin embargo, se alude al testimonio que usted entregó para señalar que la Iglesia actuó con desidia ante las víctimas…
Yo no me imagino que haya habido alguna suerte de encubrimiento intencional, creo que se produjo un encubrimiento por ignorancia, por falta de conocimiento de las situaciones reales, de las personas también reales, y no se le dio a esto la importancia que tenía y las consecuencias que tenía. La Iglesia de hoy día tiene una conciencia mucho mayor de la gravedad de estas cosas por las consecuencias concretas en las personas.
La Iglesia decidió no apelar a la condena, ¿qué le pareció?
Fantástico lo encontré… Complicado, porque uno puede pensar que si sabemos lo que significa la jurisprudencia y si la Corte de Apelaciones por lo que supe fue unánime, ¿qué puede pasar con otras personas que han sido abusadas de otras maneras en otras partes? Alguien ha dicho que la Iglesia es muy rica, la Iglesia no es rica, la Iglesia tiene muchas propiedades, pero qué hace una Iglesia con las propiedades, ¿va a vender la Catedral de Santiago?
El fallo abre la puerta a posibles nuevas demandas de indemnización, ¿cree que la Iglesia arriesga su quiebra?
Si fuera necesario, creo que habría que hacerlo. Hay que consultar con el fundador de la Iglesia, parece que él no poseyó una gran Catedral, ni tantos templos, ni tantos colegios, yo tendría que rematar mis libros, que son buenos amigos.
¿Deberían otras víctimas demandar a la Iglesia?
Preferiría que no (se ríe), para no producir tanta dificultad. Ahora, ‘los tres mosqueteros’ han dicho que no están persiguiendo la plata. Esto simboliza una nueva etapa en que la persona está por sobre la institución.
¿A usted le parece justo que la Iglesia les pague a sus víctimas?
Que les pague…, ahí yo entraría en los matices. La Iglesia necesita recursos para sus tareas, ahora si los medios escasean tendría que agudizarse más la imaginación y la creatividad y a lo mejor eso significa cambios, cambios muy radicales.
¿Cree que podría haber otra forma de compensar a las víctimas?
Lo que necesitan todas las personas es ser acogidas, saber que uno confía, saber que la vida humana tiene una riqueza en el amor. El dinero no lo es todo.
¿Usted consideraba necesaria la renuncia de Ezzati como arzobispo de Santiago?
Más que necesario. Yo rezo por el cardenal Ezzati. Estuvo más de dos años ejerciendo como arzobispo de Santiago, seguramente él mismo se ha dado cuenta de que la situación de su persona en relación con el pueblo de Dios no era particularmente simpática. Él tiene que haber sentido que lo que él hacía, lo que decía, no le importaba a nadie, y eso tiene que haber sido para él un sufrimiento muy profundo y que se alargó más de la cuenta.
Ezzati fue una de las primeras personas con quien usted compartió el testimonio de Hamilton, ¿con qué sensación se quedó?
Que acogía lo que estaba diciendo. Pero hay ciertas cosas que son de orden cultural. Él desde ese lugar en que nació (Campiglia dei Berici, Italia) pasó inmediatamente a un seminario menor y vivió en el mundo encerrado, eclesiástico, el resto de sus días. Él no tuvo, que yo sepa, algún tipo de participación constante y directa en lo que es el terreno de lo pastoral, del servicio a los demás.
Cuando el Papa le aceptó la renuncia a Ezzati en una carta le agradece por haberse mantenido en el cargo por todo lo que ha pasado, ¿cómo interpreta ese gesto del Papa?
El Papa es una persona muy inteligente y se da cuenta de que estos dos años deben haber sido muy difíciles para el cardenal Ezzati. Y, bueno, le está agradeciendo este tiempo que le dio a él para seguir buscando (a su sucesor).
¿Qué significa la llegada de Celestino Aós?
Tengo la esperanza, y de ahí nace la confianza, que las cosas van a cambiar. Con la llegada de monseñor Celestino hay un cambio de rumbo desde la institución a la persona. Entonces, no tiene nada de raro que los curas tengamos que pedir perdón y tengamos que buscar la forma de reparar, los curas igual que los laicos, el pueblo de Dios