Francisco Huenchumilla Jaramillo: La política y el dinero
El dinero forma parte del poder económico, y éste siempre ha tratado de influir sobre el poder político, desde los tiempos de la democracia de los antiguos, como se le denomina al sistema de los griegos unos 500 años AC; pasando por la formación de los partidos socialdemócratas y laboristas en Europa, que se formaron justamente para representar los intereses contrapuestos. Hoy día existe numerosa legislación en todo el mundo para resguardar la igualdad de los ciudadanos y los conflictos de intereses entre los más pudientes, y los sectores más débiles de la sociedad, al momento de la lucha por acceder al poder del Estado.
En Chile, la democracia que crearon en el siglo 19 estuvo cruzada por la “institución” del cohecho que duró hasta la mitad del siglo 20, exactamente hasta el año 1957, en que se creó la cédula única y que puso término al nefasto sistema ideado por los sectores pudientes, para comprar la conciencia de los sectores populares.
Entrando en el siglo 21, nuevamente hubo que legislar cuando se produjeron numerosos escándalos relacionados con lo mismo: empresas poderosas, como SQM, Corpesca, Penta y otras, se vieron involucradas en el uso indebido, y a veces delictual del dinero, para el financiamiento de las campañas electorales.
La filosofía que hay detrás de este diseño de los grupos que controlan el poder económico es muy simple: influir, mediante el financiamiento de las campañas electorales, en los distintos candidatos para que éstos, en los órganos colectivos en los cuales participarán y que toman decisiones defiendan, argumentando y votando, los intereses de aquellos que los financiaron.
En estas elecciones que se avecinan, la derecha económica puso sus huevos en la elección de los convencionales constituyentes, que tendrán la importante y determinante tarea de redactar una nueva Constitución para el Chile del siglo 21. Y así, la información disponible en el Servel y en los medios de comunicación, da cuenta que los mayores aportes los recibieron los partidos de derecha, los candidatos de derecha y otros candidatos cercanos a la derecha; el resto de los candidatos y candidatas está por lejos de recibir aportes que se acerquen mínimamente a sus adversarios. Gana la derecha por amplísimo margen. Si el problema se mira desde el lado de los aportantes, se llega a la misma conclusión en orden a que los mayores “dadores de sangre” son miembros de los mayores grupos económicos del país.
No deja de equivocarse una vez más la derecha económica: el financiar mayoritariamente a los candidatos de su sector, no es prenda de garantía que sus intereses quedarán debidamente resguardados si ellos acceden al poder. La mayor demostración de esto es el estrepitoso fracaso del gobierno del presidente Sebastián Piñera, genuino representante de estos sectores. Una mala inversión con cero utilidades, al revés terminando con una constituyente con incierto resultado, y que una vez más la derecha económica y política enfrentan con maniobras tácticas, sin sentido ni de horizonte ni de país, pensando cómo salvar la coyuntura y apostando en pequeño.
El mismo fracaso que se manifiesta en la Araucanía, donde igualmente invirtieron en grande, y los resultados han sido una región más polarizada.
Un nuevo fracaso de la derecha. Sin sentido estratégico.
¿Aprenderá alguna vez la vieja derecha, que la única forma de hacer convivir la economía con la política es una sociedad más justa, más igualitaria y donde la política no esté legitimada por el dinero, sino por el funcionamiento y fortaleza de sus instituciones?