El despertar de la derecha extrema en Chile

El Mostrador
No es una novedad, siempre han estado presentes en la sociedad. La diferencia es que durante los últimos años estaban escondidos, acallados por la derecha posdictadura que intentaba esconder debajo de la alfombra su carga pinochetista. Pero los incidentes en la última marcha feminista, que reivindicó el aborto libre, marcaron un precedente. La sangre animal que vertieron en la Alameda, el clamor por la castración y la agresión a tres mujeres, hicieron carne el discurso de odio que hace meses enarbola José Antonio Kast.
La sexta marcha por el aborto libre marcó un antes y un después para la denominada ola feminista, pero también para la sociedad y el clima político. La convocatoria no solo logró que se retomara la agenda del aborto, esta vez sin causales, sino que también se materializó –con los episodios ocurridos en la marcha– el fantasma del discurso de odio y persecución “antifeminista” que inunda las redes sociales.
“Feminazis”, “asesinas de niños”, “engendros del demonio”, “muerte a las abortistas”, son solo algunos de los apelativos que vociferaban miembros de una organización ultranacionalista y conservadora. Los integrantes del Movimiento Social Patriota (MSP) se agolparon al frente de la marcha, a la altura de Universidad Católica, vertieron sangre de animales y las tripas de estos en plena Alameda, mientras pedían la castración de las feministas.
Una intervención que pasó inadvertida, porque Carabineros frenó la marcha a la altura del GAM para evitar enfrentamientos y, cuando se retomó el paso, solamente se sintió el piso resbaladizo y pegajoso por la sangre. La acción buscaba infundir temor, visibilizar su postura ultraconservadora, extremista, patriota y nacionalista, pero pasó sin pena ni gloria por la masividad de la marcha. Eso sí, al final, tres manifestantes fueron apuñaladas por desconocidos y todos apuntaron al grupo nacionalista ultra, el mismo que lanzó restos de animales a las feministas.
Ese 25 de julio se materializó una realidad que estuvo sigilosamente callada durante años. La ultraderecha, nacionalista y conservadora pasó a la acción directa, leyó que la arremetida antiaborto marcaba el momento para dejar atrás la acción solo en redes sociales, ese oscurantismo de las cuentas falsas y pantallas de computador, un espacio en el que es natural verlos enarbolar las banderas ultranacionalistas y que, según el analista Carlos Correa, es un verdadero “caldo de cultivo” para este tipo de discursos e ideas de odio.
“Ya no basta con las RRSS. Es hora de tomar las calles”, señalaron en su cuenta de Instagram, cuando llamaron a la “contramanifestación” por el aborto libre. Una radicalización que, a juicio del sociólogo Miguel Urrutia, de la Universidad de Chile, no es respondida en igual medida por el movimiento feminista, porque este es “muy cauteloso en cuanto a establecer desafíos, a ser ofensivo con un antagonista, en tener una actitud de desafiar, de buscar el odio. No quiero decir que no desafíe el orden existente, sino que su sola reivindicación es lo suficientemente profunda, por lo que no necesitan este tipo de alarde”.
El movimiento nacionalista funciona con una estructura prácticamente paramilitar. Tiene células en varias comunas y regiones: Antofagasta, Araucanía, Bio Bio, Coquimbo, Las Condes, Los Lagos, Maipo-Buin, Maipú, Ñuñoa, Peñalolén, Providencia, Puente Alto, Recoleta, San Bernardo, Valparaíso. Venden productos para financiarse, no especifican qué exactamente, pero de alguna manera logran juntar los recursos para costear el pago de una sede central.
Se alimentan de su exposición, primero en redes sociales, luego sus salidas en la prensa, exacerbando sus despliegues y mostrando como un trofeo cada aparición en su página web, que entre otras cosas cuenta con una intervención de muñecos-curas colgados en un puente que cruza el Mapocho, la que fue replicada hasta en el extranjero. En su sitio también se observa una nota de prensa que resalta la exposición del ex diputado Gaspar Rivas –ex RN–, quien asistió como invitado a una de sus sesiones de nuevos militantes.
“La mejor forma de combatir ese discurso es no darle importancia. Este Movimiento Social Patriota es una provocación y no hay que darle espacio”, recalca Correa. En opinión del analista de medios y comunicación de masas, estos grupos se escudan detrás de la libertad de expresión, misma estrategia que utiliza el ex candidato presidencial José Antonio Kast, con el objetivo de provocar a otros sectores en busca de visibilización y lograr así su inserción en grupos marginales, aislados e inadaptados, que no encuentran cabida en un sistema social democrático.
También utilizan el discurso antiinmigración, con el que intentan llegar a los ciudadanos desempleados y culpar a los inmigrantes por la falta de plazas laborales, los bajos sueldos y la precarización del trabajo. “Son grupos marginales, de gente inadaptada, lumpen social. Pero la notoriedad la hacen provocando”, recalca Correa.
Validación del odio
Pero el movimiento ultranacionalista no es una novedad, no es la emergencia de un sector que nace de la nada, sino más bien uno acallado por la misma derecha durante años. Son hijos y miembros del “pinochetismo que entregó el país a los Chicago boys en dictadura, y no pudo usufructuar del sistema neoliberal, tras el arribo de la democracia”, recalca Urrutia, sociólogo especialista en movimientos sociales.
La misma línea sigue Daniela López, directora de Nodo XXI. Según la abogada y feminista, estos grupos “no constituyen una novedad”, son un espacio viviente que se hace visible “para atacar las luchas democráticas que cuestionan su ideal de sociedad conservadora y autoritaria”. Discursos de odio que se institucionalizaron en la última campaña presidencial en la figura de José Antonio Kast.
El ex UDI logró un 8% de los votos en las últimas presidenciales. Corrió solo, fuera del conglomerado de Chile Vamos y bombardeó la candidatura de Sebastián Piñera, de la mano de la denominada “familia militar” y los sectores más conservadores del mundo evangélico. Según Urrutia, al igual que la ultraderecha brasileña –que hoy mantiene una “dictadura blanda” en su país–, Kast se adentró en el mundo evangélico y tomó las demandas más conservadoras como propias, dando cuerpo y carne a un mundo que se mantenía escondido ante el avance progresista y democrático.
“La mejor forma de combatir ese discurso es no darle importancia. Este Movimiento Social Patriota es una provocación y no hay que darle espacio”, recalca Correa. En opinión del analista de medios y comunicación de masas, estos grupos se escudan detrás de la libertad de expresión, misma estrategia que utiliza el ex candidato presidencial José Antonio Kast, con el objetivo de provocar a otros sectores en busca de visibilización y lograr así su inserción en grupos marginales, aislados e inadaptados, que no encuentran cabida en un sistema social democrático.
Un cuadro bastante parecido al que apela el presidente estadounidense Donald Trump. La socióloga de EE.UU., Arlie Hochschild, ha estudiado a los seguidores del movimiento Tea Party, estudio que dio origen al libro Extraños en su propia tierra (Capitán Swing), en el que analiza la emergencia de este movimiento de ultraderecha, que se institucionalizó en el Partido Republicano para alcanzar banquillos en el Parlamento estadounidense.
Hochschild explica que estos grupos se centran en ciudadanos que no son cubiertos por el sistema de protección social estatal y que no han accedido al denominado sueño americano, capas medias blancas muy religiosas, que ven en la alta migración al país, sumada a las alzas de impuestos para las personas y los casos de corrupción, la necesidad de aislar a la nación de los males que ha traído la globalización para volver al puritanismo constitucional.
Según la socióloga, este movimiento “está sucediendo en todo el mundo. Los nuevos ‘radicales’ son la élite de los que sienten que se quedan atrás. Y votan a Trump en los Estados Unidos, otros muchos usan turbantes en Pakistán y otros piden educación religiosa en Turquía”, destaca en una entrevista al medio español Letras Libres.
El 8% de Kast trajo consigo la validación institucional del discurso de odio en contra de la diversidad sexual, los migrantes, las feministas, de todos los que sean diferentes. De acuerdo a Correa, cuando lo golpearon en la Universidad Arturo Prat “le hicieron un favor”, porque articuló el discurso de la falta de tolerancia en la izquierda y “se visibilizó más su discurso de odio”. Además, logró réditos en el mundo universitario, consiguiendo armar una base estudiantil en algunas universidades.
“Desde José Antonio Kast en adelante, el extremismo de derecha, el populismo de derecha en Chile, ha resurgido. Una cosa que nunca habíamos visto en democracia. Eso, sin duda, es preocupante”, agrega Correa.
Pero la emergencia de esta ultraderecha trae consigo distintas respuestas institucionales. Por una parte, los especialistas plantean que, tras conocerse el ataque a las feministas en la marcha a favor del aborto libre, la respuesta que dio la ex Presidenta Michelle Bachelet es una de las más contundentes, ya que precisó que el hecho le recordó “los peores años de la dictadura”. Pero, en la otra vereda y desde el propio Congreso, se abre camino a seguir institucionalizando los discursos de odio, con el mismo eje de la dictadura-democracia, como fue el caso de la diputada RN Paulina Núñez, quien afirmó que Pinochet “evitó que hoy día estemos viviendo como en Cuba o Venezuela”.
La instrumentalización de “Chilezuela” en plena campaña, también se da en este combate discursivo. Según Urrutia, este concepto responde a un proceso de emergencia de grupos de extrema derecha en América Latina, e intentar imponer ese miedo responde a una avanzada a lo largo del continente. “La apelación al Chilezuela es honesta desde su lugar”, recalca.
El sociólogo asegura que el hecho de que estos grupos hoy hablen abiertamente, “es porque le han dado el espacio” en el mundo político, su propio sector se lo ha permitido y no gratuitamente, porque, si bien estos sectores no ganan elecciones, sí contribuyen a “detener los avances sociales”.
Para Daniela López es claro que el avance del conservadurismo y su carácter autoritario no “solo tiene agenda explícita, como los ataques en la marcha, sino también soterrada. Un ejemplo en Chile, es el Ministerio de la Familia y Desarrollo Social, proyecto del Gobierno del Presidente Piñera que busca reeditar ese orden conservador que cuestiona el feminismo, mediante el reconocimiento exclusivo a un solo tipo de familia legítima en Chile para ser merecedora de políticas públicas”.
A juicio de sociólogos y cientistas políticos, los fundamentalistas de derecha son sectores marginales, no asociados a la pobreza, sino marginados del acuerdo social. Por eso son críticos de todo, del orden capitalista, de la globalización, están fuera de la elite tradicional, no son parte de la aristocracia criolla ni de las familias políticas. Al mismo tiempo, no son miembros de los sectores más pobres y precarizados, no pertenecen a nada, por lo tanto, no esperan nada del sistema.
La resistencia
La respuesta desde el mundo social a las agresiones en la marcha fue clara: “No tenemos miedo”, recalcaron las dirigentas de la Mesa de Acción por el Aborto Libre. El debate se abrió a cómo afrontar este tipo de acciones, desde la organización social y cuidarse entre todas. “Entendemos que esas acciones surgen de la impotencia ante la masividad del movimiento feminista y buscan por ello amedrentarnos para atacar nuestra masividad. Es por eso que, para combatir tanto esos actos como a esas organizaciones, es que creemos que hay que sostener la masividad y acrecentar nuestra organización y capacidad de movilización”, enfatiza Alondra Carrillo, de la Coordinadora 8M.
La dirigenta afirma que “estos grupos buscan conducir el malestar que se genera en la población ante la precarización de las vidas, a la que nos han conducido las políticas de los últimos años, tanto de la Nueva Mayoría como de la derecha, y es esa realidad la que creemos que hay que transformar”.
Pero no solo han apuntado a la necesidad de la masividad, sino que a la autodefensa, un paso que dieron hace meses las feministas argentinas. La doctora en sociología Verónica Grago, reconoce que esta arremetida en contra del movimiento también se ha dado al otro lado de la cordillera y que, si bien no son masivas, sí consiguen mucha prensa: “En Argentina la ofensiva fundamental está a cargo de la Iglesia católica y grupos de ultraderecha que se autodenominan pro vida. Algunos de sus referentes están vinculados a familias militares genocidas. Ellos son los que han marchado y hecho marketing con muñecos que denominan bebitos”.
También destaca que “las homilías de obispos han funcionado como discursos de guerra, legitimando desde arriba una multiplicidad de ataques a militantes feministas y a chicas que portan los pañuelos verdes que fueron agredidas en las calles”. Grago recuerda que también “se han pintado grafitis de amenazas en varios lugares contra las aborteras, que ha habido contramanfestaciones en Mendoza y las activistas han sufrido agresiones físicas y que marcan con pintura sus casas. Ante esto, han respondido con una Red de Apoyo Feminista, que propicia la autodefensa, la construcción de redes, cuidarnos, no estar solas en la calle”.
Una línea que también se ha seguido en Chile. El miércoles 1 de agosto se desarrolló un conversatorio feminista para analizar las estrategias de los grupos antiabortos, convocado por Movimiento Autonomista, Movimiento Socialismo Libertario y Corporación Humanas, el mismo día en que el senador José Miguel Ossandón (RN) repartió pañoletas celestes –símbolo del antiaborto argentino– y se levantó una bancada en contra del aborto libre en la Cámara de Diputados.
El objetivo fue definir cómo afrontar el escenario de resistencia, desde la objeción de conciencia institucional, hasta los grupos antiabortos y fundamentalistas, que “no están solo en el estereotipo de las pelolais Opus Dei, sino con fuerte penetración en sectores populares y, por último, las estrategias comunicacionales que ocupan”, remarca Sofía Orellana, parte de la dirección de Sol e integrante de la Red Chilena Contra la Violencia Hacia las mujeres.
Según los especialistas, la única forma de neutralizar este tipo de grupos y discursos de odio es afrontarlos como sociedad, desde todos los sectores posibles, conscientes de “los avances y principios democráticos”, sin darles “cabida, ni repercusión a sus acciones, para que mueran en el olvido”.