El centralismo burocrático, los liderazgos regionales y su incidencia nacional o presidencial

Opinión de Santiago Escobar

Pese a los problemas, Chile ha crecido con fuerza en las regiones, empujando fuerzas endógenas que argumentan que, para gobernar el país, se requiere de instituciones políticas regionales no subordinadas a una jerarquía central, sino convergentes e interactuantes con peso específico en esta, con calidad y velocidad de tiempo real. Por lo mismo, solo es cuestión de tiempo para que se alíen y desafíen con un nuevo proyecto país al centralismo político imperante, y tal vez pongan un Presidente de fuera del centro oligárquico.

Una tensión encubierta entre el centralismo burocrático y el surgimiento de liderazgos regionales con influencia nacional es evidente en el actual escenario político. Casi se puede leer de manera expresa en las encuestas cuando estas destacan personajes políticos, tanto por lo que dicen como por los que omiten, algo casi funcional para empañar la crisis del centralismo.

La en apariencia estrecha investidura del cargo de Presidente de la República por cuatro años sin reelección a período seguido, agobia a todo inquilino de turno en La Moneda. Todos los gobiernos admiten que los hechos se tornan vertiginosos una vez que llegan al poder, tanto por la complejidad de los problemas como por lo corto del mandato, en un guiño implícito sobre sus deseos de volver al cargo para concluir la obra. Inevitablemente ello adelanta la carrera por una nueva elección presidencial al momento mismo en que se acaba de elegir al nuevo Presidente.

Pero es un fenómeno esencialmente del centro del poder, Santiago, y muy ajeno a lo que ocurre en el resto del país. En realidad, el principal problema del presidencialismo chileno no es ni la duración del mandato o la no reelección inmediata, sino la adicción que produce un poder hiperconcentrado y sin contrapeso institucional, que distorsiona el ejercicio democrático y genera la percepción extrema de que todo pasa por y en la Presidencia de la República. Así, los presidentes pasan a ser monarcas republicanos y se levanta una barrera casi infranqueable para terminar con el centralismo y redistribuir el poder hacia las regiones.

La adicción es transversal a quienes tienen poder de voz o voto en el centro político. En los 28 años transcurridos desde marzo de 1990 (serán 30 en la próxima elección presidencial), ha habido 5 presidentes y 7 periodos presidenciales (dos de seis años y cinco de 4). Michelle Bachelet y Sebastián Piñera se han repetido el plato una vez cada uno y Eduardo Frei trató de hacerlo el 2010 y Ricardo Lagos el 2018. Todos ellos provenientes de Santiago, de una elite muy concentrada, política o familiarmente, en torno a la institución Presidencia de la República, lo que refuerza la idea oligárquica del cargo.

De ahí la resistencia del núcleo central a avanzar efectivamente en materia de regionalización. El proceso en curso, que concluirá de manera primaria recién con la elección directa del cargo de Gobernador Regional dentro de un año, experimentará todavía enormes presiones para poder institucionalizarse en el tiempo. Mientras se mantenga un delegado presidencial en cada región o se sigan negando competencias e instrumentos para ellas, como una Ley de Rentas Regionales, el ejercicio efectivo de un gobierno regional será difícil. El sentido básico del centralismo es el paradigma de control, y entregar competencias lo merma.

Por ello, más allá de los debates técnicos, conviene mirar qué está pasando en las regiones con la política, pues aparece por primera vez la posibilidad de un nuevo tipo de liderazgo que desafíe con perspectivas al centralismo político desde una base regional. El subtexto de algunas encuestas indica un surgimiento de estos, con incidencia nacional y capacidad de articular nuevas alianzas políticas y soluciones transversales que oponer a la anomia institucional y de gobierno que experimenta el país.

Parte de los problemas de control político que exhibe hoy el centralismo, se debe a su carencia de una mirada más fina de las realidades locales, que facilite la eficiencia de los diseños gubernamentales en todo el país

La lógica disciplinaria del centralismo busca, subrepticiamente, inhibir ese proceso, o al menos retardarlo. La tensión, entonces, no es solo entre populismos de derecha o de izquierda ni alianzas democráticas racionales en la derecha y la izquierda que pugnan por colonizar el centro, sino tal vez, con mayor fuerza, entre poder de las regiones articuladas como centro político orgánico con programa de gobierno, y el centralismo burocrático que domina el país.

Aún son pocos los nombres que pueden madurar, desde base regional, a liderazgos de incidencia nacional o, eventualmente, presidencial. En el Senado sobresalen dos por su capacidad de dialogar en todo el país, Francisco Chahuán, senador de RN por la Región de Valparaíso, y Francisco Huenchumilla, senador DC por la Región de La Araucanía. En la Cámara de Diputados, los nombres son de menor alcance y solo del FA, pero en crecimiento, Gabriel Boric y Vlado Mirosevic.

El caso más curioso es el de Francisco Chahuán. No siempre es mencionado en las encuestas, pero saltó al conocimiento nacional al vencer a Joaquín Lavín en la senatorial por la Región de Valparaíso en el mejor momento del alcalde de Las Condes, a quien hoy la encuesta CEP ubica como el personaje político mejor evaluado de la derecha.

Ello refuerza la idea de instrumentalización que el centralismo hace de las encuestas frente a la emergencia de líderes regionales. Tanto Chahuán como Huenchumilla, en sus propios estilos, han experimentado tensiones con sus conglomerados políticos, pues se escapan del paradigma de control y dialogan con todos los sectores y sobre todos los temas, contradiciendo las limitantes ideológicas de sus coaliciones. Algo que también hacen Mirosevic y Boric. Huenchumilla objetó la política de Michelle Bachelet en La Araucanía cuando era Intendente, y Chahuán, recientemente hizo una presentación en la Corte Interamericana de DD.HH. de la OEA contra el Estado de Chile por los casos del Sename, calificándolo de Estado fallido en la protección de los menores.

La última vez que el país enfrentó una reforma institucional profunda de la administración interior fue en dictadura, en diciembre de 1973. Entonces se creó la Comisión Nacional de Reforma y Regionalización Administrativa, Conara, que 11 años después se convirtió en la Subdere. Pero la intención no era apartarse del centralismo sino facilitar el control del país, calzando la división política del Estado con la base institucional de poder del gobierno: las Fuerzas Armadas.

Hoy el curso es diferente. Pese a los problemas, Chile ha crecido con fuerza en las regiones, empujando fuerzas endógenas que argumentan que, para gobernar el país, se requiere de instituciones políticas regionales no subordinadas a una jerarquía central, sino convergentes e interactuantes con peso específico en esta, con calidad y velocidad de tiempo real. Por lo mismo, solo es cuestión de tiempo para que se alíen y desafíen con un nuevo proyecto país al centralismo político imperante, y tal vez pongan un Presidente de fuera del centro oligárquico.

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