Columna de Iván Cerda: Migración; El Pacto de la discordia

Detrás de cada inmigrante se refleja el esfuerzo y la esperanza de una vida mejor, al menos así comenzó la historia para Natacha una joven venezolana quien a sus cortos 30 años en medio del llanto y la pena, renuncio temporalmente a su familia, sus amigos y su país para emprender ciento cincuenta horas interminables en bus hacia la anhelada y apetecida tierra donde crecerán sus hijos.
Un lugar de un atractivo estatus socio-económico, con fácil acceso a la educación, donde se favorece el emprendimiento y las oportunidades, y donde la estabilidad y la seriedad política fomentan la inversión, libertad de comercio y la apertura al mercado internacional. Un país que particularmente goza de fronteras abiertas, bajas regulaciones de ingreso y fácil control migratorio.
Un escenario perfecto para alcanzar un destino soñado para miles de habitantes de América Latina que han empobrecido producto de la inestabilidad política, la corrupción y otros padecimientos que los han llevado a graves crisis humanitarias como es el caso de Haití y Venezuela.
Más de 160 países ya ratificaron el Pacto Migratorio recientemente aprobado por la ONU que persigue como objetivo superior frenar la migración reduciendo los factores adversos y estructurales en los países de origen para evitar que sus habitantes abandonen su nación.
Chile donde las cifras son alarmantes y ya superan el millón de recién llegados, representa para América Latina uno de los principales puntos de interés y debe pronunciarse al respecto, sin embargo ratificar este acuerdo no vinculante significa también como país de acogida obligarnos a ceder y compartir con ellos todos los derechos que garantiza el estado en materia social y económica de sus habitantes, junto con prohibir y condenar penalmente toda forma de discriminación. En resumen conceder a nuestras visitas más derechos que deberes es un dilema donde se riñe la solidaridad humana con el compromiso y la responsabilidad de la patria.